Del miedo a la acción- Respondiendo a la violencia por Lara Menéndez Gallego

 

Años de silencio, de vergüenza, de miedo. Años de pánico cuando caminamos solas, de pavor si, encima, es de noche. Años de culpa porque "no tenía que haberse vestido así" o porque "si no se hubiera resistido aún estaría viva".  Años de "oye, maltratada, denuncia. Eres una egoísta que no piensa en sus hijos" en lugar de "oye, maltratador, deja en paz a tu mujer, no asesines a tus hijos". Años de agonía porque el violador vive en casa y nadie está haciendo nada para que se vaya. Años de ansiedad porque "si lo cuento, me despiden" "si lo cuento, no me creerán", "si lo cuento, me mata". Años de "ya he llegado a casa", de "si ves que la situación con el de Tinder se pone fea llámame inmediatamente", de "qué envidia, me encantaría viajar sola", de "era una madre maravillosa". 

En este Blog fantaseo con una realidad que responde a la Violencia. En este Blog cuento historias de amigas que consiguieron hacer justicia y otras que no, porque el miedo fue más grande. Ojalá contaros que todas estas historias acabaron con un final feliz... para nosotras.   

Ojalá la vida sea un final feliz... para todas. 


1. El viejo pajillero

Yasmín salió al parque frente a su casa a realizar su rutina de deporte como cada mañana después de acompañar a su novia al trabajo. Su rutina de ejercicios consistía en series de sentadillas, abdominales, y calistenia, aunque tenía que luchar por ocupar ese espacio entre tanto machiunga con hardtechno de fondo. Tras terminar una serie de sentadillas, observo a un señor de aproximadamente 76 años de edad, que se sentaba en un banco justo en frente de ella. Primera subida de cortisol que rebota en la boca del estómago y da sensación de nausea. Ella decidió continuar con su serie. 

Al poco rato, Yasmín observó cómo el señor se llevaba la mano a la entrepierna y realizaba movimientos de arriba a abajo. Con la mirada clavada en dirección a ella. Miró hacia atrás. Los machiungas seguían con su hardtechno haciendo flexiones en posicion de pino. 

Cortisol que aprieta la boca del estómago y da putas ganas de vomitar. 

-¿Qué haces, viejo? Me estás molestado. Lárgate de aquí- Gritó Yasmín, conteniendose las ganas de vomitar. 

- No hago nada malo, solo estoy aquí sentado, mirándote. ¿Qué pasa que no puedo mirarte?- Respondió el viejo, con media sonrisa en la cara, sin dejar de frotarse la mano con la entrepierna. 

- No quiero que me mires, me estás incomodando. Vete o llamo a la policía. - El viejo se quedó sentado, sin inmutarse. Miró a su derecha con cara de indignación. No podía sostener la mirada fiera de Yasmín. Intimidaba demasiado. Al rato se levantó ayudándose de su bastón y se alejó lentamente del lugar. 

Yasmín, tras respirar hondo la rabia que le subia hasta la garganta, continuó con su actividad deportiva. 

Durante un ejercicio de estiramiento que le obligaba a girarse hacia los laterales para estirar la espalda, observó cómo algo se movía en un seto cerca de ella. Un perro? Una serpiente? Se acercó. No. El viejo estaba agazapado, con los pantalones ligeramente bajados,bastón debajo de la axila, meneándose la sardinilla flácida mientras jadeaba como un gorrino comiendo del cubo de la basura. Qué asco, coño!

- ¡Este viejo se está pajeando! ¡Se está pajeando mientras yo hago ejercicio!- gritó Yasmin a la gente que pasaba por allí en búsqueda de ayuda. Pero la gente pasaba de largo. La miraba horrorizada. Un chico se empezó a reir hacia dentro. Una mujer la miró con cara de "pero qué haces ahí. ¡Huye!"

El viejo se abrochó la bragueta y continuó su camino como si no acabara de cometer un delito. Plácido, algo torpón por la sorpresa de ser descubierto, con cara de satifacción por haber salido airoso de su paseo matutito. 

Yasmin cogió su mochilla y su cantimplora y comenzó a caminar en dirección a casa. Abrumada, irritada, decepcionada, asqueada, enfurecida, conpungida, estafada, abusada, nauseabunda, asfixiada. 

Entonces se paró en seco. "¿Qué hago yo con todo esto que estoy sintiendo? No me da la gana de tragarlo. No me da la gana de pasar una tarde de mierda por culpa de este asqueroso pajillero. No. No, no y no. N-O M-E-D-A-L-A-G-AN-A, COÑO!"

Volvió tras sus pasos, impulsada por todo aquello que había decidido no digerir. Po mí y por todas mis compañeras. Por mí primera. Encontró al viejo sentado en otro banco. Esta vez sin objetivos a su alcance. Miraba una higuera frondosa mientras un montón de palomas comían miguitas de pan a sus pies. 

Yasmín se acercó por detrás sigilosa hasta que lo tuvo a dos metros. Fue hacia él y le asientó un mochilazo entre la nuca y la dorsal. - ¡Viejo pajillero asqueroso! Este viejo se estaba pajeando mientras hacía ejercicio, tened cuidado. - Gritó a los cuatro vientos a toda transeunte que pasaba por allí. - Voy a llamar a la policía- se escuchó de fondo. 

El viejo se levantó de un salto y comenzó su caminata lanzando improperios a Yasmín mientras alzaba su bastón. Yasmín sacó su móvil y le hizo una foto.

- ¡Viejo pajillero cágate de miedo!- Le gritaba Yasmín entre risas.

Al día siguiente, sacamos 100 copias de la foto y las colocamos por todo el parque. Árboles, bancos, parque infantil, calistenia... Al pie de la foto se podía leer: "Cuidado, este viejo se hace pajas mirando a las chicas". 

No se le volvió a ver por allí. 


2 Se la sacó en el autobús

Atravesaba una agorafobia. Agorafobia es miedo a los espacios abiertos. Aunque sobre todo me daba ansiedad los espacios cerrados, por lo que dejé de ir a la Universidad, a comprar al supermercado, a salir de compras por placer, entrar en una cafetería a leer, estudiar en la biblioteca... Vamos, que me daba miedo vivir. 

El caso es que viajar a mi pueblo se convirtió en un reto que llevaba un años sin poder superar. Mi familia venía a verme o a recogerme para volver a casa, ya que estábamos a una hora y media en coche de la ciudad donde estudiaba. 

Era mi quinta sesión de terapia y había decidido subirme sola al autobús. Quien lea esto y piense "wow, sola en el autobús, qué reto" con absoluta ironía no tiene ni puñetera idea de lo que es una agorafobia. En los transportes públicos lo pasaba especialmente mal porque no había escapatoria posible. Sentía como si el autobús entero estuviera ardiendo y yo no pudiera salir de ahí. Además de mantener la compostura porque en realidad no está ardiendo, es tu cabeza que te quiere joder. Tenía que concentrarme en la respiración porque se me olvidaba respirar.

El caso es que tras hacer un ejercicio intenso de respiraciones, mensajes Mr. Wonderful y que todo ello no sirviera de nada porque estaba cagada igual, me planté en la estación de Autobuses lista para enfrentarme a lo que mi cabeza vivía como un combate cuerpo a cuerpo con un tigre de Bengala. 

En la cola del Autobús se me acercó un chaval de entre 25-33 años- Perdona, ¿este autobús va hacia Badajoz? - Sí- Contesté escueta y volví a mirar hacia mi móvil dándole a entender que la conversación se terminaba ahí. - "Lo vas a hacer de puta madre, tia. Vas a llegar a casa sana y salva"- me decía para mis adentros como un mantra. 

Me senté casi al final, cerca de la puerta de salida de la parte trasera. Por si toda esta parafernalia no funcionaba y tenía que salir corriendo. ¿El botón de emergencia? Localizado. "Bueno, si llegas a la mitad del camino habrá sido un triunfo tamb..." -¿ Perdona, dejas que me siente?- Interrumpió mis pensamientos el chico que me preguntó por el itinerario hacía quince minutos. "Joder, este tío otra vez"- pensé yo. 

- Claro, cómo no- le dije resignada mientras apartaba todos mis bártulos que había colocado en el asiento contiguo estratégicamente para que precisamente nadie se me sentara al lado.

El autobús comenzó su camino y yo decidí coger mi móvil para hablar con mi mejor amiga y evadirme de la cascada de pensamientos catastróficos que se frotaban las manos dispuestos a reclamar mi absoluta atención. Llevábamos media hora de camino cuando el chaval se desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta hasta dejar visible gran parte de los calzoncillos. "Igual le aprietan los pantalones y quiere ponerse más cómodo" pensé. Al rato, noto que roza su pierna con la mía. Yo la aparto bruscamente y me muevo incómoda en el asiento, acercándome cada vez más a la pared. No tenía más margen de movimiento. Tenía pegado el moflete a la ventana y miraba por ella para darle la espalda lo máximo posible. 

Al los cinco minutos vuelve a rozarme la pierna con su rodilla. Miro de reojo. Veo que tiene la polla completamente erecta, fuera de los calzoncillos, el cuerpo dirigido hacia mí y la cabeza mirando a su izquierda, en dirección al pasillo, chequeando que nadie lo descubriera cometiendo un delito. 

Me empezaron a pitar los oídos. La sangre se me concentró en el estómago tan rápido que tuve que contener la arcada. Escuchaba mis latidos. ¿Los escucharía el que estaba sentado delante de mí? Sentía el hormigueo en las manos, la boca seca. ¡Habría preferido el puto tigre de Bengala, joder! 

Mis pensamientos Mr. Wonderful pasaron a segundo plano. Los apartó de un bofetón una parte de mí que no sé de dónde salió. Esa parte de mí llevaba en la mano un AK 47 que gritó ¡FUEGO!

- ¿Qué cojones haces puto asqueroso? ¡Este tío se ha sacado la polla! ¡Déjame salir puto guarro de mierda!- grité histérica para que escuchara todo el autobús. El chaval escondió su genitales recién expuestos con una gorra roñosa que llevaba entre las manos. Con un movimiento torpe  y a trompicones se levantó del asiento para dejarme pasar, al mismo tiempo que sujetaba sus pantalones desabrochados para que no se le bajaran del todo. Parecía tan sorprendido de mi reacción que hasta llegué a preguntarme por una milésima de segundo si había sido para tanto. 

La gente empezó a gritarle improperios. A mirarle con cara de repugnacia y desaprobación. Una chica salió corriendo a avisar al conductor de lo que estaba sucediendo en la parte trasera. Una mujer le estampó su bolso en la cabeza, lo que hizo que se cubriera la cara con las manos y se le bajaran los pantalones al acto. - ¡Asqueroso!-¡Sinvergüenza!- ¡Escoria!- ¡Púdrete en el infierno so cabrón!- clamaba el resto de pasajeros.

El saco de vergüenza en que se había convertido el chaval se subió los pantalones torpemente mientras esquivaba manotazos y bolsazos. El conductor paró el autobús. Le obligó a bajar del mismo con una colleja que resonó a tres kilómetros a la redonda. Lo dejó tirado en mitad de la N432 dirección Badajoz.

El miedo dio la bienvenida a la rabia. Tenía mi AK 47 en la mano izquierda mientras acariciaba a mi tigre de Bengala con la derecha. 


3. La mirada al frente y el moco en la frente

Hacía tiempo que había decidido caminar por la calle mirando al frente. Sobre todo si llevaba algo de escote. Caminar con la cabeza gacha para evitar miradas lascivas me estaba provocando dolor de cervicales. Además, ¿de quién me estoy escondiendo? ¿Por qué mi existencia tiene que ser a escondidas?

Había aprendido que si sostenía la mirada el tiempo suficiente con cara de desaprobación, ellos bajaban la mirada primero. 

Había aprendido que si aun sosteniendo la mirada con cara de desaprobación continuaban mirando, cambiar la cara a repugnancia absoluta daba el resultado esperado. Bajaban la mirada primero. 

Había aprendido que si aun sosteniendo la cara de repugnancia absoluta ellos seguían mirando, pararme en seco y hurgarme la nariz exageradamente para sacarme un moco, mirarlo, mirarle, lanzarle el moco entre el dedo índice y el pulgar sin dejar de mirarle por supuesto y continuar mi camino feliz por su cara de desconcierto y desilusión.

¡Jódete, mierda seca!


4. Un callejón con salida

4:30 am. Marta se despide de las chicas en la puerta del pub "Malasanta". Eva y Cata piden un Uber mientras Sonia continúa con su discurso persuasivo hacia Marta para que se quede a dormir en su casa y no tenga que volver sola. - Tia, eres muy pesada. Te he dicho que no. Mañana madrugo y necesito descansar bien. Y contigo no hay quien pegue ojo- alega Marta mientras le retira el mechón de pelo de la cara y lo coloca cuidadosamente detrás de la oreja. - ¡Ya estamos otra vez con que ronco!- responde Sonia indignada mientras pone los brazos en jarra. - Amor, roncas, gritas y te tiras unos pedos insoportables...- le contesta acercando su cara a la de ella y dándole un beso en la frente.- Avísame cuando llegues. Yo estaré atenta por si necesitas ir hablando por teléfono o enviarme audio- podcast- contesta Sonia resignada abrazando a su amiga.

Marta asiente con la cabeza, se enciende el piti e inicia su caminata despidiéndose de sus amigas con el brazo. Su casa está relativamente cerca y le viene bien el aire fresco en la cara antes de llegar a la cama, tumbarse y tener que hacer todo tipo de posturas de yoga para que su habitación no le de vueltas y acabe echando las cinco cervezas y dos chupitos por el váter. No soporta vomitar. 

Por la calle aún hay gente, eso le tranquiliza. Si lleva sudadera suele colocarse la capucha sobre la cabeza y cambiar su manera de caminar inclinando ligeramente la pelvis hacia delante, abriendo ligeramente las piernas y exagerando levemente el balanceo natural de los brazos. Otras veces hace que habla por teléfono con alguien. Otras lleva las llaves de forma que sobresalen entre los dedos. 

Cuando gira hacia la calle Arzúa, se percata de que alguien que caminaba detrás de ella también ha girado en la misma dirección. "No seas malpensada, hermana" - se dice a sí misma. Entonces empieza a notar un nudo en el estómago, las respiración se entrecorta y una lluvia de pensamientos catastróficos recorren su materia gris. "Igual estás exagerando y es una mujer" se repite a sí misma con intención de calmar esa subida repentina de cortisol. "Vale, voy a sacar el móvil y me paro para que pase delante y pueda ver quién es"- se alivia viendo que la frase anterior no había servido de nada. Busca el móvil en su bolso, hace como que está leyendo algo super relevante y detiene su caminata.

- ¿Dónde vas tan solita?- interrumpe la voz de un señor el silencio de la calle Arzúa.

Marta se queda inmóvil. Nota cómo los vellos de la nuca se erizan, el corazón da un vuelco. Le cuesta mover las manos. Levanta la cabeza. Es un señor de entre 55 y 67 años. Caucásico. Sonrisa en la cara que no describiría como afable. Manos en los bolsillos. Barba prominente, pelo repeinado hacia atrás con gomina. 

- ¿A usted qué coño le importa?- Responde Marta con tono firme y la voz algo temblorosa. Mira el móvil y empieza a teclear el número de Sonia, pero no le da tiempo. El señor le ha quitado el móvil de las manos y lo ha lanzado hacia atrás. 

- ¿Pero qué coño hac..? - No le da tiempo a terminar la frase cuando el señor se abalanza sobre ella y la empuja contra la pared colocando su antebrazo en el cuello impidiendo la movilidad de la cabeza. Marta sujeta el antebrazo con ambas manos para tirar de él y restar presión a su garganta. Le cuesta respirar. Le cuesta mover las piernas. Grita pidiendo auxilio, pero el cabrón le tapa la boca con la otra mano. - Shhh, tranquila, no voy a hacerte daño, solo voy a tocar estas tetitas. - Susurra cerca de su cara mientras baja la mano hacia los pechos de Marta. Esta da un respingo cuando nota sus dedos asquerosos toqueteándole el pezón. Le hierve la sangre, la nota en las sienes. Está temblando, le cuesta respirar. "Disocia, Marta" se dice a sí misma. Entonces relaja el cuerpo y acaricia la cara del señor suavemente. - Vale- responde en un susurro, impostando una cara de complacencia jamás vista en ella. 

El viejo abre los ojos, sorprendido ante tal reacción. Retira su antebrazo del cuello de la chica y lo baja lentamente hacia el otro seno. - Esa es mi chica- le susurra acercando ahora su pelvis a la de ella con una sonrisa triunfante en la cara. Marta le agarra de la nuca con suavidad y se acerca lentamente a su boca. Apesta a fritanga. Traga saliva con sabor a bilis. Cuando está cerca de sus labios, observa como el capullo cierra los ojos. Marta aprovecha y le muerde el labio inferior con fuerza, a la vez que le da un rodillazo en los genitales. El asqueroso se aparta gritando encogido de dolor. Marta se acerca, le agarra de las orejas con ambas manos. Lo mira fijamente a los ojos. El labio inferior le sangra. - ¡Me repugnas cabrón!- y acto seguido le propina un cabezazo en la nariz que lo deja tirado en mitad de la calle. "Ha sonado a roto" piensa mientras agarra su móvil y sale corriendo en mitad de la noche. 

Una señora lo ha visto todo desde el balcón de su casa. Ha llamado a la policia. Mientras tanto, prepara un cubo con agua hirviendo y hace caca sobre él. Baja a la calle con el cubo. El susodicho continúa tirado en el suelo gritando de dolor. La señora se le acerca.

- Vas a ir a la cárcel, malnacido- le propina una patada en el estómago y le vierte el contenido del cubo encima. La caca le cae en la boca, abierta de par en par por el dolor ocasionado por la patada. 

La señora se aleja tranquilamente cubo en mano hacia su casa. Llega la policia.




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